lunes, 27 de diciembre de 2010

Oda a un perro hundido...

Conocidas y admiradas, célebres y asombrosas, geniales y espeluznantes...las Pinturas Negras de Goya se han convertido con el paso del tiempo, en uno de los grandes "hits" de la Historia del Arte. Lógico. Más aún cuando tenemos en cuenta que formaban parte de la "decoración" de la casa del propio Goya...en la Quinta del Sordo permanecieron colgadas, mientras día tras día, el artista las contemplaba, a la vez que lidiaba con su pesimismo y frustración hacia el género humano y su irremediable sordera...pero, como ocurre en muchas ocasiones, fruto de la desesperación o la melancolía de los creadores, surgen verdaderas obras maestras como éstas.
Por otro lado, a parte de su fuerza expresiva y dramática sin igual, debemos tener en cuenta su impresionante modernidad. Obras en las que vemos anticipadas estéticas románticas, post impresionistas y expresionistas, donde el color y la masa pictórica triunfa por fin después de siglos de dictadura del dibujo, en unas composiciones donde la deformación violenta de la realidad y el horror más profundo y personal afloran sin censuras.

...Pero de entre todas ellas, hay una obra que, al menos personalmente, consigue dejarme realmente sin aliento y despierta en mi un sentimiento de agonía y desazón: "Perro hundido", que se compone, únicamente, de dos planos superpuestos concebidos mediante manchas de color, cuyo único elemento intermedio y unificador sería la cabeza de un perro que ¿se hunde?, sin el cual, no sería descabellado poner en relación esta obra, con las habituales composiciones del expresionista abstracto Mark Rothko.

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